miércoles, 28 de noviembre de 2012

Metáforas literarias

El último cuento que escribió Franz Kafka, cuando la enfermedad estaba a punto de acabar con él, fue "Josefina la cantora, o el pueblo de los ratones". Entre todas las interpretaciones posibles de este cuento, nos gustaría destacar una en concreto: la que entiende la poesía como un canto que eclosiona en medio de un vasto silencio. ¿Qué nos fascina de la poesía? El narrador del relato, un ratón que habla en primera persona, sólo lanza la pregunta:

"Ya que chillar es uno de nuestros hábitos inconscientes podría suponerse que también chilla el auditorio de Josefina. Nos sentimos satisfechos por su arte, y chillamos cuando estamos satisfechos, pero su auditorio no chilla, está mudo, calla como si participara de la ansiada paz de la que nuestro chillar nos aparta. ¿Nos extasía su canto o el solemne silencio que rodea su débil voz?"
Franz Kafka, "Josefina la cantora, o el pueblo de los ratones", recogido en La condena, Alianza, 2001. 

Una pregunta sin respuesta; probablemente, una pregunta que se formula a sí mismo todo aquel que escribe poesía.

2 comentarios:

  1. Hola Xavi, soy Toto, y al leer tus reflexiones y comentarios, se me ha ocurrido lo siguiente...
    Aunque como muy bien se dice en la entrada las interpretaciones del cuento son múltiples, ciñéndome a la que se propone, la eclosión de la poesía como un canto en medio de un vasto silencio, sugiero que quizás lo que paraliza al pueblo de los ratones en su frenesí habitual por la supervivencia y lo arrastra a la escucha silenciosa de su artista, es precisamente el hecho de que la ratona Josefina, de vez en cuando decida pararse sin previo aviso, antes que nadie y sin otra finalidad distinta a la desear ser oída. Ella se para primero y luego lo hacen sus congéneres. Entonces, ya parados todos, aunque en este caso el orden al pararse y la causalidad que de este orden se deriva tendría alguna importancia, la ratoncita se pone a chillar exactamente igual que podría hacerlo cualquier ratón, puesto que a fin de cuentas eso es lo que es ella. Sin embargo, a diferencia de sus hermanos y hermanas, es ella la que decide detenerse de vez en cuando y ponerse a chillar para algo diferente de los usos habituales que el pueblo de los roedores acostumbra a dar a sus chillidos, usos éstos más relacionados con los avatares y peripecias que el trajín de supervivencia en el que vive sumergida la comunidad de los ratones les impone. Ella canta para que la escuchen y por eso se para, y al pararse hace notar al resto de los ratones que de repente se ha parado disponiéndose a hacer algo no puramente ratonil, enseñándoles en consecuencia cómo se puede detener el tiempo y achicar el espacio y en definitiva subvertir un orden aparentemente, por no interpelado, natural. Los ratoncitos ante este milagro no pueden responder de otra forma que dejando de hacer el ratón, es decir, dejando de chillar por un momento y mirándose con caras llenas de expectativas los unos a los otros y principalmente a la propia Josefina, la ratona que quizás, podrían pensar, sepa algo que no solo no pueda saberse, sino que ni siquiera sea concebible que pueda llegar a saberse. Ante este ofrecimiento, qué menos que en justa reciprocidad se le ofrezca a la cantora el justiprecio inicial del silencio. Ocurre, sin embargo, que en el momento en que Josefina empieza a emitir sus chillidos ratoneros, el silencio entre el pueblo-mouse, arrobado en su parálisis de cuerpos peluditos, se mantiene y persiste. Ante la pregunta de si es el canto o el solemne silencio que rodea la débil voz de Josefina lo que extasía durante esos momentos a los ratoncillos y ratoncillas, yo siguiendo este hilo argumental fabulado, aventuraría que es el silencio que surca los segundos subvirtiendo lo que todo ratón que se precie cabría esperar de ellos.
    A pesar de su astucia, quizás en 1924 el pueblo de los roedores no estuviera del todo familiarizado con los postulados que Einstein acababa de publicar 19 años antes, ni tampoco pudiera llegar a imaginar que en cuatro días, como quien dice, alguien inventaría los walkman.
    Un abrazo Xavi!

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  2. Yo creo algo parecido. Josefina se para sin previo aviso: es algo así como que de repente aparece un marco, un escenario improvisado en medio de la laboriosa rutina (me recuerda un poco al teatro polaco de los sesenta, que se improvisaba en la calle). Ese marco señala una especie de suspensión de los valores y de los juicios, "suspension of disbelief", que decía el gran poeta Coleridge. Tiempo y espacio, en efecto, se comprimen o se alargan, se alejan de sus mediciones oficiales en horas, días, etc. Por tanto es el silencio, ese momento de suspensión, el que da al canto su solemnidad, la capacidad para romper con lo "puramente ratonil". Pero hay un aspecto del cuento que no hemos tenido en cuenta. Josefina demanda algunos privilegios por el hecho de encandilar a su raza, como si fuera una artista de Hollywood. Pero sus pretensiones de diva le son negadas: el hecho de que sea capaz de cantar, de producir un momento mágico, no es considerado por su pueblo de ratones como un factor que legitime un privilegio cualquiera para ella. Al final del cuento Josefina abandona el pueblo de los ratones (y Kafka termina de escribir). Es algo así como una artista autodesterrada de un pueblo esencialmente igualitario que se niega a convertirla en algo más que ratonil. Yo creo que estas últimas ideas nos llevan directamente a la idea de una "poesía para el pueblo" o "poesía del pueblo": Celaya o Hernández (y nada tiene que ver la complejidad técnica con hacer una poesía para el pueblo: el canto de Josefina no lo entiende casi ningún ratón, pero sí entienden su sentido congregacional, entienden que en esa suspensión del tiempo y el espacio algo les une...). Abrazos, amigo.
    Xavi

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